El nuevo imán de la cultura en la Ciudad, en un edificio único

Con una fiesta y homenaje musical a Piazzolla, anoche inauguraron el complejo en La Boca. Tiene una Sala Sinfónica para 1.200 personas. Fue tras una obra monumental que involucró a tres gestiones.







Hace exactamente dos años la Ciudad recuperaba el Teatro Colón, tras una fastuosa obra de restauración. Y ayer, la Ciudad siguió acrecentando su condición de gran capital cultural con la apertura de la Usina del Arte: el estreno de la Sala Sinfónica para 1.200 personas fue un bautismo de fuego que superó todas las expectativas.
La iniciativa y la obra atravesó tres gobiernos: los de Aníbal Ibarra, Jorge Telerman y Mauricio Macri, quien fue el encargado de inaugurarla. En el corazón de La Boca y en las entrañas de uno de los edificios más originales y bellos de la Ciudad –con aspecto de castillo medieval, con detalles de estilo lombardo y florentino, y que había funcionado como usina eléctrica–, abrió sus puertas el centro destinado a la música, la danza y las artes plásticas.
Está rodeado de depósitos, frente al puerto y pegado a la Autopista Buenos Aires-La Plata, en Pedro de Mendoza, entre Pérez Galdós y Caffarena y estuvo más de diez años cerrado y abandonado.
Las 1.200 butacas de la sala, sus palcos, el pullman y las bandejas se llenaron con un ecléctico elenco de invitados entre los que estaban el músico Atilio Stampone, la artista plástica Marta Minujín, la viuda de Piazzolla, Laura Escalada; el dibujante Quino; el ex jefe de Gobierno, Jorge Telerman; el ex presidente de la Nación, Fernando De la Rúa y hasta el ex jugador de Boca, Guillermo Barros Schelotto.
Macri, en el discurso de apertura, destacó que, con la apertura de la Usina del Arte,la Ciudad “mantiene la dinámica de la propuesta de cultura que va en sintonía con la reinauguración del Teatro Colón, de la refacción del MAMBA, los festivales de Tango y el BAFICI”. Fiel a su estilo, el jefe de Gobierno fue breve. Ayer se justificaba porque el evento tuvo poco de político y mucho de social.
Todos pudieron disfrutar del renovado edificio, construido entre 1914 y 1916 por el arquitecto italiano Juan Chiogna, por encargo de la Compañía Italo Argentina de Electricidad. La fachada luce intacta respetando el estilo original y su interior completamente renovado a nuevo. La Sala Sinfónica es sin duda la estrella de la usina. Ayer, en la inauguración, se realizó un homenaje a Astor Piazzolla, del que participaron el maestro Néstor Marconi, Pablo Agri y el pianista Horacio Lavandera. Desde el primer acorde de Adiós Nonino, que abrió el concierto, quedó en claro que la Ciudad se debía un auditorio de semejante magnitud con una acústica “maravillosa”, como definían anoche los músicos. Justamente uno de los ejes del proyecto fue lograr un sonido impecable en la sala, para que pueda ser utilizada por orquestas y cantantes líricos, entre otros, que demandan una mayor definición a nivel sonoro.
En la fiesta, los miembros del gabinete porteño estuvieron acompañados por sus cónyuges. Funcionarios e invitados, antes del concierto, pudieron recorrer las instalaciones que servirán para muestras y exposiciones y que desde hoy podrá conocer la gente.
En el espacio central de exposiciones, en la parte superior del edificio, un espejo gigante en un pared y una imagen de la fachada de un casa antigua bien porteña generan un juego de reflejos al que pocos pudieron resistirse. Esta instalación de Leandro Erlich también permanecerá en la usina al menos seis meses y, de acuerdo a lo que generó ayer, promete ser una de las grandes atracciones del lugar.
El arquitecto Alvaro Arrese fue director general de Infraestructura de la Ciudad entre 2000 y 2007, y junto a la entonces ministra de Cultura Silvia Fajre, iniciaron el proyecto. Anoche, muy contento, Arrese dijo: “Está muy bien romper con la tradición de que una obra se para cuando cambia un gobierno; claro que me hubiese gustado inaugurarla, pero el trabajo está bien hecho”.
Otro ámbito que llamó la atención fue el flamante Salón Dorado. Se trata de un amplio espacio flexible para la realización de diferentes eventos, con fachadas internas revestidas en piedra París, basamento de granito y molduras y capiteles recuperados de gran valor patrimonial.
En la calle interna de la usina una instalación sonora del artista japonés Ryoji Ikeda invadía e impresionaba a los que pasaban caminando por allí. Y un haz de luz –con una altura de diez kilómetros– salía del corazón del edificio para crear una escultura lumínica visible desde otros rincones de la Ciudad y le daba más brillo al edificio.
Recuperado del abandono y el deterioro, casi cien años después la Usina vuelve a generar energía. Ahora desde el arte. Porque ya sin tranvías ni fábricas, es otra manera de darle impulso a una zona oscura de la Ciudad que quiere volver a crecer.

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