Turismo Subterráneo
La Manzana de las Luces, el Museo del Bicentenario y una red de túneles olvidados son parte de una nueva manera de conocer la Ciudad: ingresando al pasado.
Por Mariana Jaroslavsky
Los museos, las milongas, los cafés notables y los parques; el teatro, el cine y los recitales. Los amantes de Buenos Aires saben que la Reina del Plata tiene muchas caras y que la variedad de propuestas resulta infinita. Pero tal vez su costado más oculto, el menos conocido, es el que tiene que ver con su pasado. Guardado bajo el cemento del desarrollo de Buenos Aires, que pasó de ser una aldea a una gran ciudad en menos de cien años –a principios del siglo XIX tenía 40 mil habitantes, a fines, más de 500 mil–, el pasado de la capital se recorre a pie en un itinerario por los más antiguos adoquines porteños, entre Montserrat y San Telmo.
Donde hoy se encuentra el monumento al genovés Cristóbal Colón, frente a la Casa de Gobierno, se encontraba el fuerte (construido en el siglo XVIII) y luego la Aduana Taylor. Abierto de 11 a 19, el Museo del Bicentenario, esa especie de nave de acrílico que se ve en el lugar donde la Av. L. N. Alem se convierte en Paseo Colón, es un paseo por la historia de Buenos Aires, desde las comunidades originarias, el pasado del fuerte, la Aduana y, como un extra, el único trabajo que el muralista mexicano Alfredo Siqueiros realizó en la Argentina: Ejercicio Plástico. Se entra por Hipólito Yrigoyen 219.
La pequeña ciudad fundada por Pedro de Mendoza en 1536 se edificó sobre las barrancas del arroyo Tercero del Sur, conocido como el Zanjón de Granados. En 1580, sobre su cauce se delimitó un solar que entregó el mismo Juan de Garay a Juan González. Después de siglos de aristocracia, su destino fue conventillo y vinería, hasta que en 1985 se encontró, 4 metros bajo tierra, al entubamiento del zanjón realizado a fines del siglo XVIII, además de cientos de elementos que permiten develar usos y costumbres de la antigua Buenos Aires. En 1500 metros cuadrados distribuidos entre dos manzanas (una puerta de entrada es la Casa Mínima, ingreso angostísimo sobre el Pasaje San Lorenzo), la obra de ingeniería olvidada que se creyó una red de túneles secretos, ubicada en Defensa 755, organiza visitas guiadas de lunes a viernes y los domingos.
“Estos espacios permiten ir más allá de la historia de la ciudad como planeamiento. Hablan de la vida cotidiana de la gente en el pasado, elementos que no se encuentran en las fuentes escritas”, asegura la arqueóloga Flavia Zorzi, voluntaria del área de Patrimonio de la Ciudad de Buenos Aires. El arqueólogo Daniel Schávelzon, fundador y director del Centro de Arqueología Urbana (CAU) y autor del libro Túneles de Buenos Aires. Historias, mitos y verdades del subsuelo porteño trabaja desde hace tres décadas en la desmitificación del sustrato de la Ciudad de Buenos Aires e intenta develar la verdadera función que cumplieron y cumplen las supuestas redes de canales y pasajes secretos ocultos bajo el suelo de la urbe. Según él, el contrabando era una actividad corriente y la Ciudad por el siglo XVII era tan pequeña que encuentra ridícula la idea de que esclavos negros hayan trabajado a escondidas de los restantes 1.800 habitantes para cavar túneles y contrabandear (con presunta participación de las autoridades).
Además, junto con el CAU trabaja en la arqueología de rescate, lo que significa que cada vez que se hace un pozo para construir un edificio en la Ciudad y se encuentran restos arqueológicos, si la fortuna es buena, Schávelzon se entera y con su grupo de trabajo van hacia el rescate de la memoria de estas latitudes. En 1894 se prohibieron los pozos y aljibes y la mayoría fueron rellenados con basura. Hoy, esos rellenos son un libro abierto del pasado y las piezas valiosas que se restauran pasan a ser exhibidas en organismos públicos como privados. La basura habla de la dieta alimenticia, de la vajilla, de costumbres. “En el Convento Santa Catalina encontramos variedad de aves. Parece que las monjas comían muchos pichones de palomas, loros y piches”, asegura el arqueólogo especialista en restos óseos Mario Silveira desde su escritorio-laboratorio del CAU en Ciudad Universitaria.
El Parque Lezama y una antigua casa en Bolívar 373 fueron importantes centros de excavación. La tanguería Michelangelo, construida sobre terrenos que pertenecían al convento Santo Domingo, además de entretener con espectáculos del baile compadrito, pone a la vista un interesante acervo que habla de las comunidades aborígenes de la zona y conserva recuerdos del Almacén Huergo.
Pero si hablamos del subsuelo porteño, de intrigas y misterios, la Manzana de las Luces se lleva todas las medallas. Una red de túneles inconclusos que se cree que fue construida por los jesuitas para escapar de algún posible ataque invasor se encuentra debajo de los edificios encerrados entre las calles Perú, Moreno, Bolívar y Alsina. Encima funcionaron las casas virreinales, la Procuraduría de Misiones, el primer periódico, la primera Universidad de Buenos Aires y el Congreso de la Nación y todavía funcionan el Colegio Nacional Buenos Aires y la Iglesia de San Ignacio. Los túneles, con fama de cámaras de tortura utilizadas por los monjes para infieles y herejes, se ubican a 6 metros bajo tierra, datan del siglo XVIII y se visitan solamente los domingos.
Donde hoy se encuentra el monumento al genovés Cristóbal Colón, frente a la Casa de Gobierno, se encontraba el fuerte (construido en el siglo XVIII) y luego la Aduana Taylor. Abierto de 11 a 19, el Museo del Bicentenario, esa especie de nave de acrílico que se ve en el lugar donde la Av. L. N. Alem se convierte en Paseo Colón, es un paseo por la historia de Buenos Aires, desde las comunidades originarias, el pasado del fuerte, la Aduana y, como un extra, el único trabajo que el muralista mexicano Alfredo Siqueiros realizó en la Argentina: Ejercicio Plástico. Se entra por Hipólito Yrigoyen 219.
La pequeña ciudad fundada por Pedro de Mendoza en 1536 se edificó sobre las barrancas del arroyo Tercero del Sur, conocido como el Zanjón de Granados. En 1580, sobre su cauce se delimitó un solar que entregó el mismo Juan de Garay a Juan González. Después de siglos de aristocracia, su destino fue conventillo y vinería, hasta que en 1985 se encontró, 4 metros bajo tierra, al entubamiento del zanjón realizado a fines del siglo XVIII, además de cientos de elementos que permiten develar usos y costumbres de la antigua Buenos Aires. En 1500 metros cuadrados distribuidos entre dos manzanas (una puerta de entrada es la Casa Mínima, ingreso angostísimo sobre el Pasaje San Lorenzo), la obra de ingeniería olvidada que se creyó una red de túneles secretos, ubicada en Defensa 755, organiza visitas guiadas de lunes a viernes y los domingos.
“Estos espacios permiten ir más allá de la historia de la ciudad como planeamiento. Hablan de la vida cotidiana de la gente en el pasado, elementos que no se encuentran en las fuentes escritas”, asegura la arqueóloga Flavia Zorzi, voluntaria del área de Patrimonio de la Ciudad de Buenos Aires. El arqueólogo Daniel Schávelzon, fundador y director del Centro de Arqueología Urbana (CAU) y autor del libro Túneles de Buenos Aires. Historias, mitos y verdades del subsuelo porteño trabaja desde hace tres décadas en la desmitificación del sustrato de la Ciudad de Buenos Aires e intenta develar la verdadera función que cumplieron y cumplen las supuestas redes de canales y pasajes secretos ocultos bajo el suelo de la urbe. Según él, el contrabando era una actividad corriente y la Ciudad por el siglo XVII era tan pequeña que encuentra ridícula la idea de que esclavos negros hayan trabajado a escondidas de los restantes 1.800 habitantes para cavar túneles y contrabandear (con presunta participación de las autoridades).
Además, junto con el CAU trabaja en la arqueología de rescate, lo que significa que cada vez que se hace un pozo para construir un edificio en la Ciudad y se encuentran restos arqueológicos, si la fortuna es buena, Schávelzon se entera y con su grupo de trabajo van hacia el rescate de la memoria de estas latitudes. En 1894 se prohibieron los pozos y aljibes y la mayoría fueron rellenados con basura. Hoy, esos rellenos son un libro abierto del pasado y las piezas valiosas que se restauran pasan a ser exhibidas en organismos públicos como privados. La basura habla de la dieta alimenticia, de la vajilla, de costumbres. “En el Convento Santa Catalina encontramos variedad de aves. Parece que las monjas comían muchos pichones de palomas, loros y piches”, asegura el arqueólogo especialista en restos óseos Mario Silveira desde su escritorio-laboratorio del CAU en Ciudad Universitaria.
El Parque Lezama y una antigua casa en Bolívar 373 fueron importantes centros de excavación. La tanguería Michelangelo, construida sobre terrenos que pertenecían al convento Santo Domingo, además de entretener con espectáculos del baile compadrito, pone a la vista un interesante acervo que habla de las comunidades aborígenes de la zona y conserva recuerdos del Almacén Huergo.
Pero si hablamos del subsuelo porteño, de intrigas y misterios, la Manzana de las Luces se lleva todas las medallas. Una red de túneles inconclusos que se cree que fue construida por los jesuitas para escapar de algún posible ataque invasor se encuentra debajo de los edificios encerrados entre las calles Perú, Moreno, Bolívar y Alsina. Encima funcionaron las casas virreinales, la Procuraduría de Misiones, el primer periódico, la primera Universidad de Buenos Aires y el Congreso de la Nación y todavía funcionan el Colegio Nacional Buenos Aires y la Iglesia de San Ignacio. Los túneles, con fama de cámaras de tortura utilizadas por los monjes para infieles y herejes, se ubican a 6 metros bajo tierra, datan del siglo XVIII y se visitan solamente los domingos.
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